Por: Julliana Roldán
Como sujetos debemos asumir responsabilidades, entre ellas y quizá la más relevante: darle un rumbo a nuestra existencia; la ruta para alcanzar todo lo que nos hemos propuesto se basa en decisiones que constantemente deben ser tomadas, es decir, se basa en el libre albedrío. Este es el motor que hace posible el desenvolvimiento en una vida social que, continuamente nos está impulsando a actuar, a elegir entre una cosa u otra, entre si ahora o mañana, si negro o blanco, "progresar" o estancarse; el libre albedrío es la oportunidad de responder a nuestras necesidades y de hacerlo bien, pero no es tan sencillo puesto que implica reflexionar acerca de las consecuencias que cada elección podría acarrear por más cotidiana o poco fundamental que parezca. El libre albedrío es propio de cada individuo al que los Derechos Humanos y su cultura han declarado como ser libre desde el momento de su nacimiento, es un factor que propicia la individualidad, favorece la libre expresión y no obstante siempre está mediado por la moral, las creencias religiosas o cualquier otro elemento que intervenga el pensamiento y el obrar humano. De igual manera el libre albedrío es en sí un arma de doble filo, pues participa del juego del destino, del azar, de los rumbos inesperados, del qué vendrá "bueno" o "malo", y puede desentrañar sentimientos de angustia, desespero, confusión, ansias de escapar, lo cual implica tomar nuevas decisiones, mucho más complejas, que no van precisamente siempre en dirección a la continuidad de la vida.
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