lunes, 1 de septiembre de 2014

El Bosco y su obra cargada de símbolos


Cristo con la Cruz a cuestas. El Bosco, (1510-1535?). Óleo sobre tabla, 76,5 x 83,5 cm. Museo de Bellas Artes de Gante, Bélgica.



por: Julliana Roldán
El Bosco se encontraba inmerso en el ámbito artístico del Manierismo, movimiento que fue una muestra clara de la ruptura del ideal Renacentista, basado en encontrar el equilibrio entre razón y sensibilidad para llegar a la belleza, ésta última búsqueda constante en primera instancia del arte antiguo griego y posteriormente del arte romano. 

Aquel equilibrio tan añorado en el Renacimiento poco o nada parecía interesar a El Bosco y fue tal vez por eso que se dedicó a crear obras grotescas como la que especialmente aquí se muestra, para hacer del pecado su tema común y de la forma satírica de representarlo su insignia. 

En esta obra a excepción de Cristo y Verónica que representan la serenidad y la resignación, las expresiones faciales del resto de los personajes son el reflejo de la oscuridad de las almas; sus rostros simbolizan los sentimientos de rencor y maldad, están convertidos en monstruos a causa del pecado, son por ello el encarnamiento espiritual y corporal del mal. El Bosco:


 "(...) para esta ocasión decidió representar el pecado mismo, la corrupción del hombre y su dejarse ir lejos de la senda del bien, y por analogía de la propia humanidad. Y para esto despoja al hombre,  y le quita el velo que lo cubre, para mostrarnos su verdadera condición, un enjambre de muecas, rostros exagerados, llenos de locura de ira, de rabia y de maldad en definitiva, rodean la cara de Cristo que carga la cruz con los ojos cerrados. Esta es la consecuencia de los actos del hombre, y en lo que se puede convertir de alejarse del camino correcto. Fijándonos en el color vemos rostros que van desde el gris al verde y uno que destaca claro sereno, portando un paño con la cara de Cristo, Verónica que representa la compasión y es el contrapunto a todas las demás figuras."

Es por todo lo anterior que podemos situar esta pintura en relación al primer y segundo capítulo de El Origen de la Tragedia de Nietzsche, puesto que en la presentación simbólica de aquellos hombres embriagados en el mal hay un caracter desbordado de Dioniso. No obstante, ese ambiente dionisiaco yace acompañado de su eterno complemento: Apolo, reflejado en la bella apariencia de la mujer y por supuesto de Cristo. Se hace evidente la reflexión de caracter moralista que El Bosco busca introducir en el espectador, pero que a diferencia de la antigua concepción griega del bien y el mal (Apolo y Dioniso) que comprendía que ambos ámbitos son parte fundamental de la naturaleza del ser humano porque le permite desarrollarse con plena satisfacción, la concepción cristiana sacraliza al bien pero al mal lo sataniza, queriendo que el ser humano conviva siempre bajo unos patrones de bien absoluto representado en la figura de un solo dios (Jehová).


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